El tiempo,
disimulado en la calma del monte, transcurre furtivamente así como los
confiados rayos del sol se cuelan entre la eternidad de hojas para abrazar el
húmedo suelo.
Todo es perfecto,
aún la más fea criatura integra el todo ocupando su exacto lugar, cual existe
desde antes que el ser en sí.
No hay peligro en
el monte aunque reine la noche en toda su espesura, lo sabe en la lejanía el
surco de luces que corona la enramada. Donde lo muerto alberga vida y lo vivo
más brillante resulta. Permanece indiferente a los años, tan solo mi visión se
marca, solo mi corazón envejece.
Seguidas noches sin
luna sumen la penumbra, en su silencio aparente un susurro se esconde. Nace del
corazón del bosque donde solo el iniciado puede percibirlo; es para los cuerpos
vacíos el murmullo de un alma maldita, de un mito olvidado, un cuento perdido.
Se equivocan.
Es el armónico
canto que todo lo cubre de oro y luz, emerge de la nostalgia de los sueños
añejos y los recuerdos desvanecidos que no han de volver.
Siento su música
infiltrarse íntimamente, develando secretos profundos y punzantes verdades; no
avergüenza compartirle mis errores, mis congojas y pesares.
Mi alma antigua
encuentra reposo aquí junto a algo tan sabio que le recuerda su juventud. Un cuerpo
joven que acobijará en su interior un amor sublime y un anhelo inmaculado, aún
después del fin de los tiempos, del monte y todo lo conocido tal cual es.
Este es mi innato
hogar, mi eterno regreso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario