martes, 30 de octubre de 2012

Bajo el fruto prohibido.



-¿Buscabas por mí?
Después de tanto tiempo su dulce voz aún tiene un lugar en el silbido del viento entre las hojas. No irrumpió en el ruido como el habitual terso murmullo, sino más bien semejante a la armoniosa onda que regala una copa de cristal; me despertó de lo confuso, pintó un débil amanecer en el horizonte y disipó el rocío del aire, volviéndolo fresco.

-Ahora te has visto pero debías probar ser diferente para reencontrarnos. De todos los rostros que pueblan este huerto, el mío, el tuyo, es el que jamás verías mientras estuvieras dentro de él.


Dilatáronse mis pupilas, silenciándose mis debates internos.
Me observé un instante más, deseaba guardar esa imagen; llevé mi expresión al cenit angelical para alimentar mi recuerdo; y ella devolviómela con la perfección que solo mi propio rostro podría.


-Sí... -susurré extendiendo mi mano. Correspondiendo el gesto, nos tocamos, y mi esencia más sublime se fundió con mi piel, recobrando ésta última su resplandor.